Carrera al Monumento Natural Dos Lagunas: colores y aromas de otoño en la Patagonia de Aysén

Texto y fotos: Rodrigo Antonio Panichine Flores, Periodista, corredor de montaña del equipo Tranko Tehuelche.

A mis hermanos Leonardo y Marcelo, por sus constantes aportes a la mística, meteorología y cartografía requerida para mis expediciones.

Carrera al Monumento Natural Dos Lagunas: colores y aromas de otoño en la Patagonia de Aysén – Chile

Mi carrera al Monumento Natural dos Laguna tenía dos propósitos: aclimatarme para sucesivas correrías por los montes de la Patagonia de Aysén, y encontrar algunas flores de otoño. Recuerdo que luego de un discreto desayuno organicé todo el equipo, el cual contenía casi nada: la cámara fotográfica y dos caramayolas de agua. Esta vez nada de polar, Súper 8, Negritas, caramelos ni jugo Sprim.
A las 10:30 dejé la casa y comencé a tranquear desde Coyhaique rumbo al E, bajo un cielo cubierto y chubascos amenazantes. Si bien iba desplazándome por un camino rural de ripio, donde eran inexistentes las ramas o rocas para evadir, este tramo no estuvo libre de fenómenos o circunstancias particulares. Así por ejemplo, a poco andar me encontré con un joven «gringo» de la Escuela Nols, quien caminaba mochila al hombro hasta la frontera Argentina, desde allí proseguiría en bus hasta Comodoro Rivadavia,  y luego continuaba a Buenos Aires. Al reducir mi  ritmo de trote le preguntarle:
–  ¿te gustó la Patagonia?
– ¿aprendiste a hacer fuego?
– «claro que sí, me gustó mucho la Patagonia»  – agregando – «aprendí a hacer fuego con leña seca y mojada también».
–    Es decir, el gringo en seis meses de instrucción quedó «bastante lobo, pues no cualquiera hace fuego con leña mojada».
Posterior a este amistoso cruce de palabras, nos despedimos y seguí corriendo. A la altura del km. 12, en un potrero situado al costado del camino, vi un par de caballos tordillos que resplandecían en la pastura. Briosos y altivos. Esta impresión me llevó a compararlos con los pingos que solía ver en mis correrías por los potreros de Temuco, donde aparentemente estos son más flacos o estilizados, según como quiera entenderse. Más adelante, mantenía el ritmo cuando volví a divisar caballos. Para ser preciso era una tropilla, los que al sentir mis pasos reaccionaron alzando la cabeza. Así pude darme cuenta que en medio de esta había un petizo oscuro mala cara, al que tuve que silbarle para que preste atención y deje de pastar.

Correr es una actividad solitaria, tan solitaria como escribir

Corría tranquilo. Sentía los goterones de lluvia pero me estaba cómodo. Sólo anhelaba llegar a Dos Lagunas. Como suelo decir, correr es una actividad solitaria, tan solitaria como escribir. Curiosamente,  mientras redacto estas líneas recuerdo el primer seminario de periodismo al que asistí, el año 92, cuando recién ingresaba a estudiar la carrera. En aquella oportunidad, un laureado escritor nacional  expreso: «la mejor forma de quedarse solo es siendo escritor, pero un buen escritor, que es además, la mejor fórmula para arruinarse la vida«. Inolvidable frase. Seguro este no había desayunado bien esa mañana. Sea como fuere, no ambiciono serlo. Sólo relato la experiencia de vivir intensamente la Patagonia, aquello que despierto no logro dibujar  con mi pluma Harley Davison.
Al llegar al cruce que divide el camino Bandurrias-Coihaique Alto, tomé el desvío de la derecha y luego me dispuse a beber largos sorbos de agua. De pronto, súbitamente me percaté que corría a tranco de buey por una extensa pendiente. Adaptando mi cuerpo a las circunstancias de forma automática. Fue curioso, usualmente mis sentidos analizan con anticipación en milésimas de segundos cuestas o senderos complejos, y luego surge espontáneamente el «mapa de ruta» y  las zancadas seguras.
En este punto de ascenso permanente, sentí como algunos rayos de sol lograban colarse entre las nubes, y brindarme una cálida sensación en el rostro, la que se desvanecía al recibir las frías brisas del este. Así, paso a paso, tranco a tranco, fui acercándome a mis objetivos, y a las 12:30  llegué al Monumento Natural Dos Lagunas.
Laguna el Toro
Primero, acudí a la casa del guarda parque. Al no encontrar a nadie continué trotando por un senderito hasta dar con la laguna El Toro, situada casi al borde del camino. Desde allí, siendo las 12: 45 horas aproximadamente, comencé a transitar un sendero y a identificar las primeras especies visibles: cardos y pimpinelas que se adherían a mis calcetas, dúctiles juncos que resisten viento y agua, luego, yendo hacia un bosque de Lengas, di con Coihues y Ñirres, desde donde se alborotaban algunos pitíos y un par de zorzales. Cánticos que calmaron mis instintos, pues la completa ausencia de aves en un lugar así implica cacería, acecho o temor.
Si bien anhelaba explorar las dos lagunas – El Toro y La Escondida – el viento determinó lo contrario. De esta forma, luego de realizar algunas tomas fotográficas,  estaba presto a emprender el regreso a Coyhaique, no sin antes tomar amigablemente de la madre naturaleza, dos especies florales que descollaban por su belleza.
De esta forma, a las 14:00 horas dije «hasta pronto laguna, te aseguro que regresaré». Posteriormente,  enfocado en los primeros trancos, mentalizado en correr otros 22 km de regreso, sutilmente mi conciencia iniciaba una evaluación de esta primera jornada, indicándo lo siguiente: Templado para correr y tolerar viento, llovizna y frío, aunque dicha cualidad disminuyó  progresivamente al permanecer quieto en la laguna. Las zapatillas Masochist  Montrail «10 puntos en tracción, pero un tanto flacas en las pasturas húmedas», pese a ello, permitieron correr a ritmo rápido y sin torceduras.La confianza madura en buen terroir

Si todo hubiese marchado «ok»  podría haber cubierto un ida y regreso de 44 km. totales. Pero pasadas las 14.00 horas mi cuerpo reclamó por alimento. Hice un alto para comer calafates, pero sus dulces frutos no brindaron la energía necesaria. Ante ello y muy a mi pesar, faltando casi 10 km para llegar a Coyhaique, hablé con un automovilista para que me dé un aventón. EL señor Vera. Nunca lo olvidaré, porque es  segunda vez en todos mis años de corredor de monte, que acudo a este tipo de ayuda sin previa planificación. Curiosamente, en febrero pasado, corrí a esta misma reserva natural, al no encontrarla según mi propia percepción de tiempo y espacio, regresé a casa enfadado, hice dedo, subí a la camioneta del señor Pablo Galilea (padre) quien en el trayecto me informó que la Laguna estaba a escasos metros de donde me habían encontrado.
En virtud de esto, la moraleja es mayúscula: «al cerro siempre con comida y calma, para que la autoconfianza evolucioné armoniosamente entre las montañas, como el buen vino chileno en su terroir, como el vino del fin del mundo«.

Rodrigo Antonio Panichine Flores especial para NoticiasOutdoor
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