En el medio, la expedición a una de las zonas más secas de Catamarca donde el sol nos cocinó literalmente y la sequedad ambiente se acercaba al 0%. Obviamente allí no llovió.La zona de La Coipa es alucinante. Muchas veces pasé cerca y en dos ocasiones anteriores había recorrido el camino a sus pies. Una vez durante el Congreso del Pissis donde participé como uno de los fotógrafos oficiales. Es el acceso normal a este volcán, el segundo más alto de la Tierra y el más alto enteramente en nuestro territorio. Manadas de guanacos y vicuñas pululaban por doquier. Al regresó nos castigó una fuerte tormenta de granizo. Las nubes negras vistas aquí en esta y la posterior ocasión son las más oscuras jamás vistas por mí.
En el siguiente viaje, transitamos con un unimog de Gendarmería Nacional en viaje al lejano Valle Ancho donde ascendimos una cima hasta entonces virgen de casi 4900 msnm. Al regreso, otra vez el día se convirtió en noche y los terribles relámpagos agregaban una cuota tétrica al espectáculo.
Siempre me sentí atraído por el Cerro de la Coipa. Su cima elegante y puntiaguda, piramidal, sobresalía entra tantas cumbres redondeadas de la región. En la carta topográfica del Instituto Geográfico Militar aparece con 5134 msnm. Veremos luego la resolución de un problema geográfico sobre el particular.
La pregunta importante, sin respuesta hasta entonces, es si su cumbre resultaba aun inescalada, sea por modernos andinistas o por antiguos nativos. Debería develar el misterio.
Ya entrados en el norte de Córdoba, el sol y el calor apretaron duro. Dentro del moderno auto con todo computarizado, mi compañero de montaña José Luis Querlico ajustaba la temperatura a valores más agradables. Sin embargo, cuando bajábamos, instantáneamente nos envolvía un vaho seco y ardiente. En la Cébila, fruto de la subida, el calor y la presión del aire acondicionado, el vehículo empezó a fallar. Entre idas y venidas pudimos proseguir hasta estabilizarlo. Claro, dentro era un horno a ruedas. Finalmente llegamos a la bella Fiambalá donde nos esperaba nuestra amiga Magguy Acevedo, a quien ya conocíamos por haber compartido el congreso del Pissis. Ella es una excelente andinista, mejor persona. Ascendió el Pissis, el Ojos del Salado, San Francisco, Bertrand Además fundó y dirige el Museo de los Seismiles, donde se aprecian importantes objetos de los andinistas, antiguos y modernos que visitaron la zona. Ella, soportando la cancelación por 2 o 3 veces de nuestra visita, nos armó toda la logística. También conocimos a Manuel Carrizo, amigo de Magguy y otra persona conocedora y afable. Maestro, guía de turismo, es otro vecino inquieto de Fiambalá siempre en pos de nuevas aventuras.
El Campamento
La poderosa camioneta de Manuel nos pasó a buscar, junto a su amigo Sergio, después del mediodía por las cabañas donde estábamos parando pues era imperativo armar el campamento ese día antes de una hora muy avanzada y a la vez debíamos subir no tan rápidamente para evitar el brusco desnivel de Fiambalá (apenas por encima de los 1500 msnm) hasta nuestro campo base a 4150 msnm. Aunque estamos acostumbrados a estas subidas «medio a lo bestia» como las denominamos, José Luis tenía alta presión y eso no era muy alentador.
Devoramos kilómetros avanzando por la ruta, la cual corta brutalmente los multicolores estratos del desierto reseco. Paramos en Agua de los Cangrejitos, una vertiente situada al lado del camino llegando a Chaschuil, ya sobre los 3000 msnm. Precisamente, en este paraje con un agua excelente, hay cangrejos de río los cuales retiramos del agua por unos minutos para apreciarlos. Pocos kilómetros después, cerca de una de las casas erigidas por la provincia como refugio, como si fuese una cicatriz el asfalto presenta la marca de la caída de un rayo. Se nota el punto de impacto y varios secundarios. Todo un recordatorio para quienes osamos recorrer esta zona.
Salimos del asfalto y avanzamos por la huella de ripio, la cual es el camino obligado al Pissis y su zona. Ya se destacaba la cumbre puntiaguda de la Coipa, la señalada por los lugareños. Es un detalle importante para entender mi ulterior exposición. Seco estaba el campo, sólo algunas matas verdes. Aprovechamos para juntar Lampayo (buen diurético) y Monte Blanco (bueno para el sistemas digestivo y dice las malas lenguas, para desajustes producidos por el vino y otros elixires). Son igualmente propicios para ayudar a una buena aclimatación. En los cerros rocosos una manada de guanacos ascendía acrobáticamente y cercano a ellos un chinchillón nos observaba para luego desaparecer entre cabriolas.
Comenzamos a subir las curvas cerradas ganando altura hasta que encontramos un lugar a 4150 msnm donde hacer campamento. Era un poco después de las 17 y el sol todavía apretaba. Nos despedimos de nuestros amigos, descansamos algo tratando de sacar el máximo del oxígeno del aire enrarecido y comenzamos a armar el campamento. Los rayos solares del atardecer le daba toques dorados al pasto puna, creaba claroscuros en los cerros y aumentaba la belleza del lugar. Líquidos y no mucho más incorporamos ese día y el siguiente. Las nubes se tiñeron de diversos colores al anochecer, al irse el astro rey la temperatura bajó rápidamente, sufrimos algunas ráfagas de viento, observamos lejanos relámpagos y pasamos una noche entrecortada pero digna dentro de lo esperado para un desnivel tan grande en sólo horas. El cielo, en la parte despejada, estrellado como nos tiene acostumbrada esta zona.
El camión abandonado
Durante la noche el viento había cargado con energía estática las paredes de la carpa. En una de los tantos desvelos nocturnos debido a la altura, toqué el costado de la carpa. Un fogonazo con rayitos laterales más una patada me hizo pegar un salto y me despertaró por completo. Logré dormir un poco más. La noche se transformó poco a poco en día y los rayos solares comenzaron a pegar en la carpa. Minutos después la temperatura subía. No había nada que nos proyectara algo de sombra. Con pocas ganas pero apurados por la temperaturas salimos al exterior para ser castigados por el sol y la sequedad. Nos hidratamos pero estábamos inapetentes. Ya cerca del mediodía decidimos, aun con calor, empezar a movernos y aclimatarnos. Manuel nos había señalado un antiguo camión minero. Según la historia oral, algún chistoso echó azúcar en el tanque de combustible por una razón desconocida y este vehículo terminó quedando allí desde hacia varios años.
Descendimos por la ladera de La Coipa, en dirección al camión, el cual era un punto en la lejanía. Aún con calor nuestros cuerpos necesitaban moverse o quizás era nuestra mente la que quería distraerse. Caminábamos por ceniza volcánica y arena, sorteando los pocos pasto puna resecos. Pasamos por la carcasa de un caballo, el cual nos recordaba lo hostil del ambiente. Aunque parezca bizarro, cruzamos un antiguo alambrado. Hubo hace un tiempo una explotación de llamas. Por lo comentado, murieron de frío al esquilarlas en una época no muy propicia quebrando la incipiente empresa. El camión es una reliquia, parte del pasado detenido en el tiempo. Esos vehículos los observaba generalmente en la costa y eran utilizados como soderos. En buenas condiciones aun, nos subimos a la cabina la cual tiene el volante del lado izquierdo pues presumiblemente es de origen canadiense. Un cartelito de un llamativo amarillo reza Gentile Camiones Maza y C. Rodríguez Peña, la chapa es M100164. Las gomas son un rejunte en diferente grado de utilización, algunas casi sin dibujo. Resultaba llamativa su presencia, más aun cuando La Coipa se recortaba detrás dando un aire exótico. Muchos interrogantes se planteaban. Sirvió en la cercana mina de los Aparejos? O recogía el mineral blanco cercano? Con estas y otras preguntas volvimos al campamento.