Por Marcelo Scanu
Recuerdos
Ya pasaron muchos años desde ese lejano 1988, cuando solo y munido de un simple croquis dibujado por Sergio Gino Job, un gran montañista, me animé a intentar el Cerro Pata de Indio (5205 metros sobre el nivel del mar). Con unas zapatillas comunes, pulover de lana de llama y una mochila prestada con los duros caños en la espalda, caminé por la Quebrada de Arrequintín. Lo mejor de mi equipo era una campera de duvet pero carecía de carpa e incluso de calentador. Un amigo iba a ser de la partida pero por razones laborales no pudo ir por lo cual el viaje en la caja de la camioneta de Vialidad Provincial desde San Juan hasta Las Flores fue frío y aburrido. El corto tramo de Las Flores hasta donde me dejó la camioneta fue mucho mas cómodo, ya en el interior de la cabina. Dos días y una hora después, me traían de regreso. Los viales se retrasaron una hora siendo esto una bendición pues a mi me había pasado lo mismo debido al largo itinerario. En esos dos maravillosos días recorrí la quebrada y sus antiguas minas, conocí a Don Geraldo Flores que vivía solo en el puesto El Sauce, redescubrí grabados rupestres, hice noche en las derruidas construcciones ascendiendo luego el Pata de Indio por una variante de la ruta normal y soporté una pequeña nevada al regresar. Una excelente aventura para mi primera cumbre de alta montaña.
Desde entonces, he vuelto innumerables veces a esta hermosa región de Agua Negra donde aun conservo amigos hechos en aquella primera expedición. He ascendido asimismo varias cumbres en primera ascención o por rutas nuevas. Por ello, en enero de este año decidí volver. Sin embargo, algunas cosas habían cambiado y no para bien.
Rodeo
En Buenos Aires armé una expedición tendiente a buscar la ruta para luego, en otra ocasión eventualmente ascender algunos picos de la Quebrada de San Lorenzo y alrededores, cerca del límite con Chile. Esta quebrada, muy bella por cierto, tiene una historia interesante. Por aquí ingresó la columna auxiliar de Cabot, en apoyo a San Martín, en su epopeya hacia allende de la cordillera. Eran unos pocos hombres con escaso equipo pero mucho coraje. Uno de ellos quedó para siempre, junto a su sable, en Guardia Vieja. Desde los años 90 exploré sistemáticamente San Lorenzo produciendo varios primeros ascensos a cumbres vírgenes, entre ellos precisamente a las cumbres más bajas del Cerro San Lorenzo (5700 msnm), limítrofe con el páis trasandino y desde donde en días excepcionales uno puede divisar una línea de nubes que marcan el Pacífico.
Armamos el equipo con Antonio Pontoriero y Mercedes Garrido, su novia. Con ellos habíamos estado explorando una de las zonas más recónditas de la Puna catamarqueña hace unos años. Con Tony también exploramos y ascendimos en la porción Suroeste de la magnífica Laguna Brava (La Rioja). Visitamos el avión caído ahí, cuyo relato próximamente publicaremos.
Con estas perspectivas viajamos primero a San Juan y de allí a Rodeo, cabecera del departamento Iglesia, donde se halla el paso de Agua Negra y las explotaciones de la minera Barrick, de las cuales hemos publicado anteriormente dos notas. Nos encontramos en este bello poblado con el Padre Daniel Beorchia Nigris y su hermano Miguel. Ambos son hijos de montañistas, por supuesto montañistas ambos y Miguel un compañero de andanzas, incluso en la quebrada de San Lorenzo. Pasamos unos lindos días en la Casa Parroquial, junto a otros amigos más y amenizamos con un excelente asado y buen vino. Sin embargo las noticias no eran muy buenas ya que nos informaban sobre nuevas (y ridículas) directivas. Debido a algunos accidentes sufridos por personas quizás no concientes de los peligros del camino de alta montaña, se pedía hacer migraciones y todo el papelerío aun sin cruzar a Chile. Nuestro amigo Iván Von Friedrichs, el cual nos llevaría con su vehículo, terminó por corroborar esta situación fruto de la imprevisión y falta de ideas además de lógica y sentido común.
Cambio de planes: Hacia el Puesto Pismantita de los Muñoz
Luego de idas y venidas tratando de evitar este escollo, decidimos ir a aclimatarnos en la zona del Puesto Pismantita de la adorable familia Muñoz mietras se hacían gestiones para poder sortear el escollo.
Los Muñoz y su puesto son un lugar al que hemos vuelto varias veces y siempre deseamos regresar. Lo conocimos en 1989. En aquel año logramos la primera ascención absoluta a un excelente cerro redondeado de 5400 msnm, al cual bautizamos Nevado de Pismanta pues de sus nieves nace el arroyo homónimo. Ha sido ascendido algunas veces desde entonces. Ese mismo año intentamos una montaña a la cual habíamos bautizado como Nevado de Bauchaceta, de más de 5100 msnm. Para ello nos acercaron los amigos de Vialidad Provincial en un camión aguatero vacio, para paliar el frío algunos viajaron dentro del contenedor. Caminamos hacia un portezuelo y descendimos a la Quebrada de Pismanta. Un compañero se sintió mal y decidió, contra nuestra voluntad, quedarse y bajar al puesto, el cual nos había sido dado como referencia por los viales. Estaría a 2 o 3 kilómetros y nuestro amigo, en buenas condiciones pero cansado, nos alentó a proseguir hacia la cumbre. Así lo hicimos, siguiendo por la quebrada y logrando el primer ascenso de la cumbre más baja de 5036 msnm (la cumbre mayor, medida 5158 msnm con GPS recién la lograría sólo, años después, logrando asimismo la segunda ascención a la cumbre más baja). Al bajar el día convenido, nos envolvieron nubes y nieblas. Entre ellas y donde lo habíamos dejado, estaba nuestro amigo. ¿Qué había ocurrido en el interín? Se había quedado dormido y al despertarse decidió seguir durmiendo allí. Pasó la noche y al despertarse, se encontró rodeado por una decena de jinetes. Lo creían un cuatrero pero entre balbuceos pudo explicar su situación.
Muñoz y sus amigos lo llevaron al puesto donde pasó días felices entre asado de chivo y vino mientras nosotros comíamos corned beef! Al tratar de regresar, nos equivocamos y regresamos a la quebrada pasando por el puesto. Conocimos a Don Muñoz, su esposa Delmira y sus, por entonces, pequeñas hijas. Con los minutos contados y habiendo perdido el camión de regreso, sólo pudimos aprovechar un poco de la amabilidad cordillerana. Como los jinetes volvian al pueblo de Iglesia nos llevaron, ibamos montados detrás de ellos con nuestras descomunales mochilas. Nuestros huesos sufrieron pero arrivamos sanos y salvos, o casi.
Muchos años después, habiéndose frustado varias ideas de visitarlos, encontré a Muñoz y a su hijo Bibi en el puesto de Gendarmería Nacional de Guardia Vieja. Así recomenzó con ellos una gran amistad por la cual, sólo o acompañado, visité el puesto, su valle y sus montañas recopilando centenares de anécdotas. Cierta vez me quedé 3 días en medio de la nevada, en otra expedición logré divisar el mismo día 12 cóndores y al descender de una cumbre a la cual habia ascenddio por primera vez, encontré la carpa y todos mis enseres sucios y mordidos por los ratoncitos. En otras salidas, más de descanso, veíamos como toda la familia, incluso sus hijas Andrea y Norma, cumplían con las rudas tareas de pastoreo y ordeñe, y el trabajoso ritual de hacer los renombrados quesos de cabra, conocidos en toda la región. La última visita no había sido feliz. mientras filmábamos con la gente de La Liga sobre la Barrick y sus explotaciones en la zona, insistí para ir a Pismantita. Había recibido unas semanas antes un mensaje de texto de los Muñoz donde me contaban de su odisea. Una noche, de fin de año, fueron despertados por un ruido intenso, el cual se hacia cada vez más estridente. Salieron como pudieron y por poco mueren debido a un gigantesco aluvión, el cual tuvo unos 60 kilómetros de extensión y en la vorágine, arrastró rocas descomunales de varias toneladas. Unos minutos más y el desprendimiento hubiera impedido su salida. Pero la casa, una casa rodante, la quinta, muchas pertenencias, fueron arrasadas. Soportaron la noche en el cerro y luego vivieron en una casilla precaria al lado del corral, donde los encontramos. Llevábamos varias bolsas con ropa y alimentos como para paliar un poco la desgracia del momento y brindarles ánimo. Su espíritu estaba golpeado pero aun fuerte y con el tiempo me enteré de la construcción de una nueva casa y el comienzo de tiempos mejores. Era lo esperable en gente tan fuerte y trabajadora,y agregaría muy inteligente pues hasta Muñoz, mirando simplemente las turbinas eólicas de Gendarmería logró hacer un prototipo casero, el cual funcionó un tiempo hasta que la fatiga de materiales lo inutilizó.
Un puesto renovado y el comienzo de nuevas aventuras.
Partimos el 20 de Enero. La meteorología era dudosa como los días precedentes, nubes oscuras se situaban sobre las montañas y descargaban precipitaciones con furia, con el transcurso de la tarde estas nubes iban descendiendo hacia los valles. Ascendimos por el camino asfaltado que conduce hacia el Paso de Agua Negra, y a unos 25 kilómetros de Las Flores tomamos la huella de tierra hacia Pismantita. La huella habia sido mejorada hacia poco por lo cual fué fácil llegar a nuestro destino. Esta huella permite a los conocedores de los productos del puesto (quesos y chivos se destacan) ir a comprarlos directamente.
Los restos del aluvión seguían intactos, la traza del camino se había rectificado, especialmente desde el paraje de Los Carolinos, unos grandes árboles al lado del primer puesto de la quebrada, hoy en ruinas, donde se asentaron los padres de Muñoz. A lo lejos pudimos divisar la casa nueva y nos maravillamos. Ya de mas cerca observamos la rústica y sólida construcción con una nueva quinta y árboles. Nos sellamos en un gran abrazo con Don Muñoz, su esposa, su hijo y nos esquivó su nietita Lumi, aunque pronto nos ofreció su amistad. Al calor del fogón interior, tomando mate con hierbas medicinales (especialmente la Hierba del Soldado) nos pusimos al dia con los anfitriones. El puesto estaba decorado con dibujos alusivos a la vida de campo hechos por Bibi, el cual nos cedió su enorme cuarto para nuestro descanso.
Esos días fueron muy interesantes y felices, olvidándonos de los problemas con los burócratas del llano aunque bastantes restringidos con las constantes lluvias. Hacia la cordillera, mis montañas amigas, los Nevados de Pismanta y Bauchaceta, aparecían nevados y brillantes. Nos castigamos con un excelente chivo al horno de barro, preparado de otras formas también, y con unas pizzas enormes, con queso de cabra, cocinadas en el mismo horno. Cuando la noche estaba despejada, observábamos el diáfano cielo sanjuanino, uno de los más bellos de la Tierra, con miradas de estrellas y constelaciones.
En cierta caminata y mientras tomábamos agua, nos salió una culebra a la velocidad del rayo. Cruzó el arroyo a centímetros de mi pié para observarnos y desandar su camino a velocidad asombrosa.
Hacia la antigua mina de oro.
Para aclimatarnos (además de quemar las calorías debido a la excelente comida de Delmira) y especialmente para sacarnos algunas dudas, decidimos visitar una antigua mina de oro situada en unas serranías al sur del puesto. Muñoz nos había hablado bastante de ellas, especialmente de cierto personaje que muchos años atrás había sacado el mineral y lo beneficiaba a pocos metros, cruzando el arroyo. Aún hoy pueden verse las ruinas de sus habitaciones. Atravezamos varios vallecitos y empalmamos la antigua huella minera, la cual ascendía los faldeos de manera algo empinada. El paso del tiempo y la falta de mantenimiento se notaban, secciones estaban carcomidas por el agua y rocas grandes, caídas de las laderas, obstaculizaban el caminar. Un rudimentario y artesanal rastrillo, utilizado justamente en la preservación de la vía, se encontraba tirado como mudo testigo de otras épocas. Poco después nos topamos con un dispositivo ingenioso para descender las bolsas de mineral, un alambre con roldanas firmemente atado a unos troncos simplificaba el esfuerzo. Incluso lo habían querido extender hasta el mismo arroyo. Varias bolsas de arpillera rotas mostraban su antiguo contenido, unas rocas arancadas de las entrañas de la tierra para arrebatarles el aúreo metal.
Unos centenares de metros por el cañadón y arribamos a la zona de explotación. Nuevamente bolsas y rocas con minerales abundaban asi como restos de maderas y herramientas, entre ellas zarandas. El puesto se veía debajo, empequeñecido por la distancia. Subiendo la ladera encontramos un pozo vertical, el cual no nos animamos a descender teniendo en cuenta también su estado. Sin embargo, no aparecian los socavones principales que nos habían descripto como de unos 17 metros de profundidad. Poco después nos toparíamos con ellos.
No te pierdas la Segunda Parte de este relato: Recorriendo los socavones de la antigua mina. Descubrimiento de antiguos petroglifos (arte rupestre). Trekking en la Quebrada de San Lorenzo.
Buen relato, vívidos los paisajes y humanos, demasiado humanos, los retratos.
Buen intento de achicar el abismo de ignorancia que nos separa de lo que alguna vez pensamos que era nuestro sólo por derecho.
Gracias.