Con la idea de ascender una nueva ruta en el Volcán San Francisco (6016 msnm), la cual finalmente pude lograr en solitario descendiendo en una fuerte tormenta, Gendarmería Nacional nos trasladó a un compañero y a mi al pié del Incahuasi. A aproximadamente 4300 msnm, en el lugar donde se hace normalmente el campo base para subir al enorme volcán cuyo significado en quechua es Casa del Inca. Es un bello paraje, desértico y lleno de piedra pómez, la cual forma un buen colchón para dormir. Sólo unos pastos puna amarillentos crecen en ese desierto de altura.
Esa temporada (esta expedición ocurrió hace años) el clima resultó con un patrón repetitivo, el cual condicionaba nuestros movimientos. A la mañana, el cielo era celeste cambiando a algo nublado al mediodía y ya a la tarde los truenos y relámpagos quebraban el silencio, avanzaban nubes negrísimas y comenzaba una copiosa nevada hasta la madrugada. Con los primeros rayos solares, la nieve se derretía y el agua se infiltraba en el suelo permeable. Y nuevamente el ciclo comenzaba para repetirse todos los días.
Sin embargo, nos acostumbramos a la meteorología y a la tarde tomábamos mate afuera, viendo como las nubes formaban la tormenta y se acercaban. Con los primeros copos cayendo, nos metíamos en la carpa y el ruido de la nieve sobre la carpa terminaba por ayudarnos a conciliar el sueño aun cuando los truenos y relámpagos seguían haciendo de las suyas.
Cierto día salimos de la carpa en pos del Portezuelo del Incahuasi, en el límite con Chile, buscando movernos un poco y aclimatarnos para el San Francisco. Con el sol alto, comenzamos a caminar sabiendo que el regreso debería hacerse antes de la caída del consabido manto blanco. Bordeábamos e lIncahuasi , ascendiendo en búsqueda del paso situado poco por encima de la cota de 4900 msnm. Unas ruinas bajas me llamaron la atención, quizás eran de origen prehispánico máxime sabiendo que la cumbre del alto volcán tiene un antiguo templo Inca de donde se retiraron objetos incluyendo una estatuilla. Finalmente el terreno se niveló y apareció el hito. El Fraile, el Muerto y otros colosos aparecieron delante nuestro. Nos resultó cómico un hecho. El hito estaba pintado de color anaranjado del lado perteneciente a nuestro país. Tanto celo tuvo el pintor que, aun con altura y viento, pintó exactamente la mitad, incluso la mitad de los tornillos.
Durante la caminata y a pleno rayo del sol (sería el mediodía), sabiendo de las limitaciones propias de esa luz dura, saqué la foto aquí descripta. El cielo, azul profundo debido a la altura y la luminosidad, contrastaba con la nieve de la zona alta del enorme volcán. Grandes coladas de lava descendían hasta casi el nivel donde nos desplazábamos. La figura de mi compañero resultaba mínima ante tamaño coloso. En un breve descanso en la marcha, mientras apreciaba el volcán, logré sacarle la toma. A propósito lo situé en le centro del visor, quebrando una regla básica de la fotografía, como para acentuar el desolador cuadro. Con el sol en el cenit, ni siquiera hay un atisbo de sombra. Sin embargo, hay dos elementos importantísimos de la imagen de los cuales aun no he hablado y me llamaron la atención en esos momentos. La sensación de aridez y de aislamiento (para nosotros que estuvimos más que sensación resultó una realidad) de la composición se ve reforzada por tres raquíticos pastos, los cuales milagrosamente sobrevivían en ese terreno seco y permeable. El otro elemento son las magníficas formas creadas por el viento y el agua en las rocas, las blancas son piedra pómez y las negras lava solidificada, ambas expulsadas por las fuerzas descomunales del Incahuasi hace millones de años. Los elementos han formado sinuosas líneas alternadas, blancas y oscuras según la composición, las cuales, si uno presta atención al contemplarlas, siguen un intrincado derrotero hasta casi perderse de vista en la lontananza. Incluso este mar de rocas han tapado otras más grandes, las cuales apenas sobresalen. Horas después, el paisaje quedó cubierto por la nieve fresca pero esa foto no la pude sacar .